El señor de los anillos (parte dos)

Mi deseo de verlo una vez mas no tardó en ser concedido y esa misma noche nos encontramos en Dadá. Este bar lo conozco gracias a V. Ella lo ama, y supongo que por propiedad transitiva ese amor me resultó natural y lo adopté como propio. 
Ya sentados, le pregunté sobre su vida y me contó de su amigo que vende cadenas, aros y anillos de plata. Yo algo sabía pero preferí escuchar lo que tenía para decir: había estado todo el día en reuniones de amigas y familiares con estos paños vendiendo la plata de su amigo. Supongo que para ellas también él sería conocido desde ese día como el señor de los anillos. El gesto me pareció tan grande que me conmovió. Quería verlo, y ya no me bastaba con una vez mas. 



Al día siguiente no supe nada de él. Tampoco el domingo. Recién el lunes me escribió. Fue un mensaje que no supe descifrar al principio: "hablaste con tu mamá? dale copate 5". Mi desconcierto fue absoluto. Aún intentando decodificarlo recibo un segundo mensaje: "o amigas". Seguía sin entender nada. No tardé mucho en preguntar, y él en responder: pretendía que arme un rendez-vous con mis contactos femeninos para vender los anillos. Casi sufro un ataque de arcadas hasta el desvanecimiento. Me sentí decepcionado. Pero no tanto por él, sino por Mí. Tardé mucho en contestarle hasta que le respondí con onda pero claramente evasivo frente a su propuesta. Soy un fundamentalista de la idea que sostiene que los mensajes o los llamados tienen que ser contestados: a buen entendedor pocas palabras. "Pocas palabras", no "ninguna palabra". 
Claramente en el tiempo que habíamos pasado juntos, él nunca me había entendido. Ese es el problema de tratar con gente fuera de La Era Braganza: codifican las variantes y los factores de otra forma. En Mi realidad aprendemos desde chicos que los bebés vienen de París y los anillos, de la Quinta avenida al 727. 










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