El collar verde

Llegando tarde como siempre, un metro, dieciséis estaciones, desde École Militaire hasta Ledru-Rollin, y de ahí breves pasos hasta el 34 de la rue de Charonne. Entro sin reconocer a nadie y la veo a V bailando con una copa de vino, y un vestido blanco de gasa de Chocolate del 2003. Se veía feliz, radiante. Habíamos decidido hacía un par de horas atrás lo que se iba a poner. Eso incluía accesorios, zapatos, peinado y hasta el color de uñas. Debe ser por eso que V siempre dice que quiere tener un hijo gay. Personalmente creo que es de esas mujeres tan fabulosas que solo pueden engendrar hijos afeminados. Me acerqué y noté sin esfuerzo que algo era nuevo, una gargantilla super delicada en tonos rococó. Se la elogié enseguida. Me dijo que le gustaba, pero en realidad ella había visto esa misma en verde. Y si bien el rosa era de su agrado, el verde era más perfecto, y no podía disfrutar tanto del rosa solo por saber que el verde existía.



Al día siguiente supe por fin de Javi, hacía meses que no tenía novedades. Se puso de novio. Me dijo que no sabía si lo amaba. Que esa palabra le parecía "hiperbólica". Le pregunté si conmigo también le parecía hiperbólica. Aparentemente no es personal. Es algo puntual con esa palabra que no le gusta. Como a mí la palabra bombacha.
Hace unos seis años que lo conozco y Javi es para mi un point de repère: un lugar que no se mueve en el tiempo ni en el espacio. Está siempre ahí, como un faro. No se si él representa para mi un amor hiperbólico, pero es sin duda alguien distinto, fuera de serie.

Estar varado en París, sin plata, ya es bastante deprimente y enterarme de esto prometía arruinar la poca estabilidad que aún me quedaba, cuando a lo lejos, sobre la mesa, vi el collar rosa de V. Saber que existe uno verde, afuera, en alguna parte nos impide conformarnos, elevando nuestra búsqueda sin perder las esperanzas. Mi camino hacia encontrar el gran amor descansa sobre esta verdad que hoy repito como un mantra: Javi no es mi collar verde.


Gentileza de Rue de buenos Ayres- www.ruedebuenos-ayres.tumblr.com


Auroras y Maléficas

"Rica en riqueza, salud y nobleza. ¡Salve princesa Aurora!"

Aurora es el nombre de la princesa en La Bella Durmiente. Desde su nacimiento tenía garantizado un buen porvenir que incluía ser linda, rica, talentosa (musicalmente), virtuosa y amada a la edad de dieciséis años. Y no por cualquiera, sino por el más perfecto de los hombres: el príncipe Azul. Ese era su destino desde su llegada al mundo.
En la Era Braganza no es raro encontrarse con solteros codiciados que ostentan pocas primaveras contadas y una imagen que suele hacerlos pasar al VIP de la Dorothy. Pero mucho menos raro es encontrar a quienes fueron parte de esa elite, y hoy, expulsados por los nacidos en los ochenta, se preguntan dónde estaba esa curva donde no supieron doblar. ¿Cómo es posible que Aurora haya terminado con una vida tan mezquina cuando dentro suyo había tanto más para dar?



"Oíd bien todos vosotros: la princesa sí que será dotada de gracia y belleza. Podrá ser amada por cuantos la conozcan. Pero, al cumplir los dieciséis años, antes de que el Sol se ponga, se pinchará el dedo con el huso de una rueca y morirá"

Maléfica, en contraposición, es la bruja poderosa y temperamental, capaz de seguir fiel a su plan por más de cien años. La maldad es opcional.
Las Maléficas, rígidas y metódicas, durante sus mejores años no sueñan con el amor o la belleza. Sólo con ver cumplidos por fin sus planes. La distancia y el tiempo no son barreras: su proyecto se mantiene en alto por encima de casi todo. Pasados los treintaicinco años de edad descubren que tienen un cuerpo y un placard propio con los cuales ponerse al día.



Los estilismos ayudan mucho a la hora de identificarlas: las Maléficas tienen más de treinta años, abusan de cortes de pelo exóticos: crestas y asimetrías son los más habituales, y pantalones chupines u otro item que represente "moda in situ". Las Auroras en cambio, fieles a la generación Bunker (es una entrada pendiente de ser escrita), no logran despegarse de sus jeans rectos de marcas como Wrangler o Lee, con la botamanga hacia afuera.

En un mundo asediado por Auroras y Maléficas, ya queda cada vez menos lugar para un príncipe Azul. Y sin príncipe no hay historia de amor. Es por eso que terminar sola parece el final más usual. En la  Era Braganza lo sabemos. Es solo que a veces se nos olvida...